5 de julio de 2008

El retorno de la biopolítica

inmigrantes irregulares en Blogs de YAAQUI


El tema no es nuevo y es importante subrayarlo. En el mundo globalizado no existen referencias ejemplares ni paraísos civilizados. Las identificaciones con sociedades modelo, por la fuerza de los hechos, deja de estar de moda, y a la misma velocidad con que la prensa nos habla de las catástrofes y las tantas anomalías que sufren los pobres países tercermundistas, también nos trae noticias de cómo las naciones ricas engrasan -con su desdichada Ley de Retorno de Inmigrantes, por ejemplo- la maquinaria del desprecio, la criminalización del Otro y afianzan una peligrosa política de la endogamia (cuidado: endogamia no significa desarrollo endógeno, endogamia en el contexto europeo suena a economía de la eugenesia y del campo de concentración).

No debemos olvidar al sociólogo alemán Ulrich Beck cuando escribió su célebre Manifiesto cosmopolita, en el que daba la bienvenida al siglo XXI: uno de los efectos saludables de la globalización es que ya no existen referencias ejemplares de un centro, no existe una diferencia sustancial entre una cultura y otra, o entre un modelo político y otro. A pesar del desequilibro de poderes en el mundo actual, hay que entenderse como iguales, dice Beck, quien además tuvo el mérito de haber visibilizado en su manifiesto lo que tanto habíamos percibido en las calles de las grandes capitales europeas como Londres, Berlín, París o Roma: los problemas que existen en las megalópolis tercermundistas se empiezan a repetir en el mundo desarrollado (precarización del trabajo, economía informal, inmigrantes sin papeles, nuevas formas de marginación y exclusión, inseguridad, entropía y segregación urbana). El sueño de la globalización pregona bondades infinitas, pero en la realidad pura y dura de todos los días exporta problemas y promueve conflictos que requieren, para su solución, de algo más que el grito de impotencia, la pasividad o la sumisión.
Estas son las paradojas a las que nos enfrentamos en estos tiempos. Después de soñar un mundo sin bordes ni fronteras, un mundo plural donde impere la tolerancia y la convivencia pacífica de culturas, y que la producción de empleos fluya y se multiplique tanto como el capital, empiezan a desnudarse ciertos mecanismos de poder, a crearse instituciones discriminadoras y a promulgarse nuevos instrumentos de exclusión y represión que nos recuerdan que la utopía del mundo único y sin ideología, el mundo del mercado y de la democracia representativa (que tanto se promovió en los años 90), no es más que una utopía, un sueño mercantil hecho a la medida de las grandes marcas y de los verdaderos y poderosos capitalistas.
En un doble movimiento, los países ricos desean nuevas formas de unir los mercados, de crear áreas de libre comercio y ampliar para sus empresas el universo seguro de consumidores, y a su vez intentan levantar muros cada vez más altos que frenen la migración y la libre circulación de la ciudadanía, uno de los derechos humanos consagrados formalmente por las Naciones Unidas. No debe sorprendernos a estas alturas que los países europeos presenten una doble cara en la globalización: promueven el bienestar de los suyos a costa del perjuicio de los otros y hablan de diálogo de civilizaciones y de intercambio económico, cuando en realidad evitan compartir los daños colaterales de la nueva economía planetaria. La lógica globalizadora de los países ricos es muy poco solidaria y puede simplificarse de esta manera: “los beneficios son todos míos y las pérdidas son todas de ustedes”.
La Ley de Retorno está dedicada a esos 8 millones de inmigrantes ilegales que viven y trabajan en negro en los 27 países miembros de la Unión Europea. La Ley de Retorno está hecha para expulsar a esos inmigrantes (el nuevo proletariado del mundo), incluso para encarcelarlos mediante una simple acción administrativa y mantenerlos en prisión en períodos que varían entre 6 meses y 18 meses. La Ley de Retorno está hecha para que esos indeseables expulsados no puedan regresar a territorio europeo en los siguientes cinco años.
La Ley Vergüenza, como la llamó con tino el presidente ecuatoriano Rafael Correa, o la Ley Bochorno, como la llamó Chávez, está hecha para estigmatizar al inmigrante, al refugiado y al desplazado. La Ley de Retorno le recuerda a los países africanos, latinoamericanos y asiáticos, de los que tanto se alimentó Europa cuando construyó su propia grandeza, que no son de ningún modo necesarios, salvo de manera selectiva, en los planes del Primer Mundo. Que sobran, que ensucian sus casas y su urbanización, que asustan a su gente con su indumentaria y sus costumbres, que enredan los patrimonios propios con su lengua, su religión y sus cantos.
No es difícil imaginar los efectos que tendrá esta ley a corto y mediano plazo. No está demás recordar la última película de Alfonso Cuarón llamada Los niños del hombre (2005), una aguda anticipación de los conflictos que vendrán en el planeta por la proliferación de guerras civiles, por el agotamiento de las fuentes de energía, por el empobrecimiento y la progresiva expansión de la idea de un Estado Penal, cada vez más policial, encargado de velar y controlar las fronteras del Primer Mundo y contener con ello la ola migratoria de los países pobres.
La derecha europea, reforzada por los recientes triunfos electorales de Merkel, Sarkozy y Berlusconi, así como por la derrota del laborismo británico y la siempre blandenguería socialista española, ha aprobado una ley que es una carta de navegación que cada país europeo podrá usar en su debido momento –y llegado el caso- para endurecer su política migratoria. La ley esboza un camino de posibilidades y anuncia una situación por venir: el relanzamiento de una agresiva biopolítica para el siglo XXI.
Michel Foucault fue el primero en comprender que las sociedades modernas instauraron, a través de saberes, mecanismos de poder, redes institucionales y aparatos legales, una regulación de los flujos de la población, un sistema de circulación de la sangre para que no cesara la producción económica. Los mecanismos disciplinarios dentro del Estado-nación pudieron definir una idea clara de frontera, del afuera y del adentro de una sociedad marcada por el lugar de nacimiento, y más decisivamente por una forma de organizar la vida al interior de las naciones: la biopolítica es el poder que ejerce el Estado para hacer vivir y dejar morir, es una política que gira alrededor de la raza como estrategia y cálculo.
Todos conocemos las terribles secuelas de estados que llevaron al extremo la biopolítica, obsesionada con el tema de la sangre y el control de la población. No es difícil imaginar algunas prácticas institucionales y sociales que se generarán con esta Ley de Retorno. La nueva economía de la exclusión tendría tres cimientos. En primer lugar, un crecimiento de las prisiones en toda Europa, es decir, una ampliación del sistema de cárceles y de reclusión. En segundo lugar, una masificación de presos de segunda categoría, que nos hará recordar el diseño de los campos de concentración para judíos. Tercero, y quizá este sea el efecto más perverso, habrá un crecimiento de las policías y de los cuerpos de seguridad contra la inmigración ilegal, basado en un sistema de confesiones y delaciones de parte de los ciudadanos europeos. Si estos efectos recuerdan al nazismo, a lo que el pensador Levinas llamaba la política centrada en la vida y en los sentimientos elementales del cuerpo y del arraigo, no es pura coincidencia.
Más que nunca una política alternativa no puede basarse en la exclusión y la discriminación. La política alternativa del siglo XXI debe luchar por la inclusión y la justicia. Mientras Europa aprueba leyes que se orientan a la barbarie del racismo, la izquierda global debe apostar por el internacionalismo y la solidaridad, la corresponsabilidad y el intercambio no sólo de beneficios sino de cargas. La ciudadanía pobre tercermundista que hoy es rechazada por Europa (y por Estados Unidos), y éste es el reto político por venir, conquistará sus derechos con una práctica política y social activa, que haga visible su condición. Ya no se trata de generar lástima y compasión. Ahora hay que luchar por la sobrevivencia y la dignidad. Más que nunca la pasión igualitaria cobra un valor político ideal para la movilización. La gran pregunta que deberían empezar a responderse con urgencia estos europeos defensores de la raza, es cuáles serán las expresiones y formas políticas que adquirirán, en definitiva, estas masas humanas hoy rechazadas por el Primer Mundo.
 
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