25 de noviembre de 2008

Los dos cuadros del 23-N
El resultado electoral del 23-N dejó unas cuantas sorpresas y también unas cuántas interrogantes que hay que empezar a dilucidar. Es un resultado revelador, y rebelado en algunos casos. El 23-N se parece mucho a esos cuadros que se han puesto tan de moda en los últimos años, esos cuadros que cuando uno se para frente a ellos sólo ve un par de pincelazos toscos y gruesos sobre la superficie del lienzo, pero si uno se pone los lentes especiales, esos que te dan en la entrada del museo para apreciar el cuadro en toda su plenitud, logras entrar en un espacio detallado, con profundidad, texturas y múltiples planos.
Eso es el 23-N. Sin lentes, un augurio de feria, una pasión de batacazo, un triunfo en la Serie del Caribe, un ruido ensordecedor de micrófonos: el chavismo gana de manera clara y abierta 17 gobernaciones, y arrasa en todas las alcaldías de algunos estados, incluyendo entidades que parecían perdidas de antemano como Sucre y Guárico. La oposición se queda con cinco gobernaciones claves y la alcaldía metropolitana. Los estudios de televisión y radio hacen fiesta con cada una de estas verdades, y construyen una narración de triunfo desde cada trinchera. Pero más allá de los toscos pincelazos, ¿qué podemos ver?


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Estas fueron unas elecciones por demás históricas, con más de 65% de participación (por cierto, Distrito Metropolitano y Miranda son estados que tuvieron una abstención promedio más alta que la de todo el país), y más allá de la fuerza de los resultados, hay una innegable revelación en este dato: por más que se hable por ahí de ventajismos, de dudas sobre el CNE, de sofocamiento político, de dictadura, totalitarismo y demás especias, el domingo se comprobó una vez más que la gente en Venezuela no es tonta, asume las elecciones como un derecho inalienable y como una necesidad clara de manifestar su voluntad. Ha quedado atrás, por suerte, toda aquella lógica antipolítica que imperó en la retórica opositora después de la derrota del Revocatorio de 2004.

En estas elecciones se expresó una sociedad vigorosa, entusiasta, con esperanzas renovadas de cambio (más que nunca, el cambio es bifronte en este país, mira hacia la dura tarea de la construcción del socialismo del siglo XXI, por un lado, y mira hacia la estabilidad, la tranquilidad y la reconciliación, por el otro). Después de un año de acusaciones mutuas sobre la escogencia de candidatos a dedo, esta inmensa participación comprueba que la gente necesita conquistar y defender espacios, apoyar liderazgos, participar en la guerra hegemónica de posiciones, y esto es lo que primero salta a la vista: el 23-N cambia la antigua geometría del poder, hay reacomodos considerables y otros nodos visibles donde se aglutinan las nuevas mayorías.

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Con los lentes puestos, el 23-N se parece a un laberinto inextricable. Un laberinto incómodo y nada complaciente con las partes, un laberinto que nos devuelve la imagen de nuestra profunda complejidad sociopolítica, con tantas puertas de entradas como salidas, con tantos callejones y caminos bloqueados. Nos devuelve un país que a pesar de la nueva geometría del poder, no puede escribirse en clave dorada de triunfo abrumador ni en la luctuosa caligrafía de la derrota contundente. Hay constancias y reiteraciones más allá de la algarabía.

A pesar de que cada bando se quedó corto en sus aspiraciones, nadie puede decir que alguien salió demasiado mal parado de la batalla. Si fuera un plebiscito, como se ha analizado este ciclo electoral, podríamos hablar con cifras en mano: 5.436.014 personas votaron por los candidatos del PSUV y sólo 4.550.174 votaron por la unidad opositora, es decir, el chavismo le sacó 885.840 votos a la oposición en todo el país. Ambas cifras hablan de un incremento con respecto a los resultados del 2-D, ligerísimo en el caso opositor, importantísimo en el caso del chavismo. Esto habla de un nuevo ciclo de politización en Venezuela que es menos ruidoso pero más efectivo y elocuente. La aparente desmovilización no era indiferencia, ya lo dijimos.

Hay más que analizar: el 23-N sin duda nos devuelve a un país atrapado en sus abismos históricos, abismos que se expresan una vez más en la polarización de lo urbano-moderno con lo provincial-campesino (17 gobernaciones rojas de estados emergentes frente a 5 de la oposición que representan el núcleo urbanizado y económico-comercial más avanzado del país).

También con estas elecciones vuelve a emerger la polarización interna a los estados y a las ciudades entre barrio y ciudad formal y entre clases sociales, como sucedió en Petare con sus abiertas diferencias entre el Petare sur y norte (barrio arriba) con respecto a las urbanizaciones consolidadas del municipio. Esto da pie para seguir analizando nuestra conflictividad sociopolítica en tres planos diferentes: la lucha de clases, el antagonismo entre barbarie y civilización y la tensión entre lo urbano y lo agrario industrial. La gobernación de Miranda es un excelente ejemplo de todo esto: Capriles Radonsky gana con el apoyo irrestricto y masivo de apenas 5 de los 21 municipios del estado (Chacao, El Hatillo, Baruta, Carrizales y Sucre) y pierde en municipios más populares y “rurales” como Los Teques, los de la costa barloventeña y el Tuy. Otro buen ejemplo es Carabobo, donde la oposición gana la gobernación pero pierde las dos alcaldías más importantes de la ciudad.


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Conclusiones rápidas y primeras:
1-Nace un nuevo liderazgo político con el PSUV, la organización política naciente que desarrolló una estrategia electoral que logró movilizar en alto grado a simpatizantes y militantes de manera tal que el chavismo aumentó su participación en más de un millón de votos con respecto al 2-D (5.436.014 frente a 4.379.392). Eso también significa que si Chávez fue el gran perdedor de la Reforma, porque personalizó la campaña, esta vez es el gran ganador en términos absolutos. La oposición, en los mismo términos, apenas pudo incrementar en 40.000 votos su caudal.

2.-17 gobernaciones ganadas con tan amplio margen de ventaja hablan sin duda de un nuevo tiempo para la política local, la política de lo cotidiano en el chavismo (una cosa que no estaba nada clara hasta ahora). Si no se toma en cuenta que esta repolitización no es sólo un producto de Chávez sino también es el resultado de un proceso de participación de las bases militantes del PSUV, perdemos la posibilidad de darle el carácter definitivamente autónomo y emergente que debe tener esta fase del proceso: nuevos liderazgos y nuevas experiencias de gestión pueden contribuir a ampliar la práctica gubernamental e institucional camino al socialismo del siglo XXI.

3- La normalización de la oposición dentro de la estructura del Estado finalmente se ha dado. La oposición no sólo ganó en 5 estados clave por su número de población, por su potencial económico y por su fuerza comercial. Ganó también en los estados con mayor cobertura e incidencia mediática. La oposición gana un espacio político considerable que en Caracas, por ejemplo, obligará a nuevas luchas, resistencias, reacomodos y defensas ciudadanas de todo tipo. Recuérdese que los poderes centrales están en la capital, y los poderes mediáticos también. Así que veremos en estos años una nueva conflictividad Gobierno-Medios encarnada en la los cuatro jinetes opositores: Radonsky, Ledezma, Ocariz y Blyde.

4.-En estos procesos hegemónicos y contrahegemónicos, como el que vive Venezuela desde hace 10 años, ningún espacio está ganado de antemano ni ningún líder político puede darse por muerto, ni tampoco por eternamente vivo. Esa es la única manera de entender cómo se vuelven a ganar espacios que parecían perdidos y se pierden espacios que duelen hasta el alma: el chavismo logró recuperar estados que parecían perdidos de antemano como Sucre, Mérida, Guárico, Yaracuy y Aragua, y perdió en lugares que parecían cantados, como la Alcaldía Mayor, el municipio Sucre y la gobernación de Miranda. En política, aparte de que resucitan dinosaurios extinguidos hace 100 mil años, como es el caso de Antonio Ledezma, también se castiga la indolencia, la indiferencia, el burocratismo de los alcaldes chavistas y en definitiva a la derecha endógena, como la de Diosdado Cabello. Nos desentendemos de ese Frankestein vestido de Guardia Nacional llamado Acosta Carles, pero regresa la rancia oligarquía de apellido y caballos en la siempre histérica Carabobo, incapaz en estas elecciones de ofrecer nuevos y sólidos liderazgos en ambos lados (no es sólo un mal opositor, ojo). En fin, en el mundo de la política cualquier freaks puede llegar a ser rey, y viceversa.

5.- Como caraqueño, veré sobretodo en mi barrio el envalentonamiento de la oposición, sus nuevas vanidades ganadas a pulso en una Caracas perdida en el marasmo y la indiferencia. Por los momentos, me tengo que calar que mi vecina ahora grite con más insistencia y más gañote frente a mi balcón: ¡se jodieron, comunistas de mierda!

Ay, ¿qué se estará diciendo en los exquisitos cafés de Los Palos Grandes?

20 de noviembre de 2008

A contracorriente

23-N: La rebelión de las formas

Este texto apareció esta semana en la revista Poder, que dirige Alfredo Meza. Una publicación nueva, franquicia de la versión mexicana Poder & Negocios. Alfredo tuvo la gentileza de invitarme a desarrollar una columna política allí, y este es el primer ensayo. El texto se escribió hace unas semanas, cuando la campaña electoral aún no había entrado en su fase definitiva. No obstante, sigo pensando que asistimos a la elección menos “movilizada” de todas las que hemos tenido desde 1999. La derrota del chavismo el 2-D y la parálisis crónica de la oposición han provocado cierto recalentamiento en la calle, algo “del empoderamiento” de otros tiempos no ha podido recuperarse más. ¿Un nuevo ciclo en la política venezolana?

Hay que asumir este tiempo -opaco e impredecible- sin complejos. Hay que asumirlo con fascinación, incluso, como aquel narrador de Carpentier que veía cosas nuevas en el monumental paisaje de la Gran Sabana. El escritor cubano, en un texto maravilloso de 1948, usó una frase hoy memorable para describir un espacio imposible de racionalizar y de ordenar. Llamó a ese fenómeno de incomprensión y abundancia de datos naturales y primigenios la revelación de las formas. La selva, decía Carpentier, genera una impresión parecida a la que tuvo el primer hombre ante el paisaje del Génesis, ante la eclosión creadora que produjo el mundo cristiano.

Algo de ese paisaje arrollador e impredecible de la Gran Sabana es extrapolable a la realidad política de hoy. Si la naturaleza virgen era el lugar reservado en aquella época para describir el caos, en el siglo XXI ese lugar está reservado nada más y nada menos que a la Sociedad, al Estado y a la Economía. A los asuntos propios de los hombres.

De nada sirve repetir fórmulas y quedarse pegado en prédicas gastadas. Especular, después del 15 de septiembre, tiene una pésima prensa. A los que se la pasan desde hace años anunciando revolcones electorales, palizas y demás fenómenos de “emancipación” opositora, hay que recordarles lo que le pasó a Morgan Stanley, JP Morgan Chase y Merryl Lynch, entidades que tenían 10 años poniendo la espada del “riesgo” sobre nuestra economía y fueron a parar al pipote de las empresas quebradas.

Un poco de prudencia –y fascinación, como digo- para analizar fenómenos que no se pueden predecir en este momento, fenómenos que se comportan como una auténtica revelación de las formas. Vivimos en un mundo en constante deslave, donde todas las arquitecturas fiables del pasado han venido cayendo vertiginosamente, entre ellas la última de las religiones que produjo el hombre secular: la mano invisible del mercado, la flexibilización de las economías, la autonomía de poderes y demás sandeces neoliberales.

Hay que aceptar, también, la creciente confusión que se ha producido entre lo local y lo global, de manera que ya es imposible distinguir cuáles son nuestros problemas concretos y cuáles los problemas nacionales e internacionales en los que estamos inmiscuidos. La caída de las bolsas genera despidos en recónditos lugares del mundo; los republicanos usan a Chávez como expediente para debilitar a Obama en la campaña nacional por la presidencia; una asamblea de la SIP en Madrid sirve para lanzar un misil trasatlántico a Venezuela; los rusos remontan el planeta por mar y traen una flota poderosa a nuestras costas; en un pueblo como Anaco, digamos, se discute si hay que votar en las elecciones de noviembre contra el imperialismo norteamericano; y en un exquisito café de Los Palos Grandes se dice que debemos votar, una vez más, contra el totalitarismo y la dictadura roja.

Las necesidades concretas se han hecho un problema universal y los efectos globales se sienten en nuestras calles. Esas contradicciones son bienvenidas en la era de los reacomodos, los cambios y las transiciones. Hay que asumir este tiempo sin complejos, aceptando todos los cortocircuitos. Eso sí, hay que tejer fino, en la medida de lo posible, para que las emboscadas mediáticas y las corrientes de opinión prefabricadas no sigan abultando las cuentas y la confusión.

Noviembre inaugura un ciclo en la política venezolana. Llegamos a las elecciones bajo la más profunda desmovilización desde la primavera de 2002. Los bandos no tienen expresión de calle, nadie ha podido hacer una contundente demostración de fuerza. Otrora, la escala de las mayorías cabía en la Avenida Bolívar, ahora las imágenes multitudinarias se construyen en el Poliedro o en la Plaza de Toros de Maracaibo.

Al chavismo le hizo un daño tremendo la derrota del 2-D, por los efectos de desmoralización y de “relajamiento” que se ha producido en la militancia del proceso. A eso se suma el hecho de que el oficialismo ha pasado años pagando y dándose el vuelto en casi todos los niveles de la Administración Pública, local y nacional. A la oposición, por el contrario, le está pasando factura, otra vez, el hecho de que no ha organizado nada más allá de los estudios de Globovisión. La oposición no tiene proyectos concretos, salvo aisladas excepciones, y sigue viviendo de la pantalla y de la resistencia televisiva a las iniciativas de Chávez. Hay desgaste y desmoralización, por un lado, y parálisis y show por el otro.

No hay que confundirse, sin embargo: en la Venezuela del siglo XXI la desmovilización no significa indiferencia. Este nuevo ciclo político se caracteriza porque no es fácil detectar la voluntad política en la epidermis del Metro, de los carritos, en las colas de las farmacias, en los encuentros Mercal. Se ha perdido la opinión espontánea. Eventos mediáticos como el Maletín y el Magnicidio han tenido un efecto, a lo sumo, tipo ántrax: gaseoso e insospechado.

Nadie puede saber con exactitud cómo será el mapa político después del 23-N. Quizá se produzca una rebelión de las formas, por parafrasear a Carpentier, y otros rostros aparezcan en el poder, líderes para los próximos años. El 23-N, paradójicamente a la desmovilización y al “silencio” del electorado, tiene una importancia fundamental en la dramaturgia de los cambios y los reacomodos: está en juego la normalización de la oposición dentro de la estructura del Estado, y está en juego el futuro del Psuv como organización política de la Revolución. Está en juego, para más señas, el horizonte mismo de la política: el 2012 y la consistencia del proceso bolivariano.

6 de noviembre de 2008

Miedo al no sé qué

Tiene miedo de la sombra y miedo de la luz,
tiene miedo de pedir y miedo de callar,
tiene miedo de subir y miedo de bajar,
tiene miedo de escupir y miedo de aguantar
Lenine y Julieta Venegas




El terror se siente por varias arterias de la ciudad, se expande y se detiene como una sombra grande y ominosa sobre quintas y urbanizaciones. Crece en las oficinas del municipio Chacao, en los cafés de Los Palos Grandes, dentro de los carros como una nube de dióxido de carbono, asfixiando a la gente entre palpitaciones y corazonadas. Se deja oír en las emisoras de radio como un murmullo infatigable, sale en televisión en horas pico y toma los muros del féisbu, donde rebota frenéticamente por todos lados. En estos tiempos la tensión arterial escala y la depresión se asoma como una amigdalitis putrefacta.



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Eso te tiene esta nueva fase del miedo: no se puede contener, no se puede reprimir. Se manifiesta todo el tiempo, como un tic. Te sientes una marioneta que alguien gobierna desde un lugar invisible. Es un miedo que no tiene causa precisa, un miedo que, apenas empiezas a meditar, se llena compulsivamente de preguntas, de supersticiones, de excusas, de un sinfín de baratijas chinas. Ése es el peor de los miedos, sin duda: el miedo al no sé qué.

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Un miedo que en política, por cierto, se parece a Chávez en la mañana, a Chávez al mediodía, a Chávez en la tarde, a Evo en el horario de las telenovelas, al espectro de Fidel al día siguiente, a Rafael Correa cuando le da por defenderse de Uribe, a Fernando Lugo por asomar una nueva Constituyente. Se parece, durante el tiempo de propagandas, a la Cristina cuando nacionaliza los fondos de pensión. Es un miedo al Estado de sitio, al desequilibrio de poderes, a VTV con su menos de 10% de audiencia. Eso también te tiene el miedo, que se parece mucho a una película de Hichtcock: mientras juras que un indio totalitario es el culpable de todos tus males, la platica que tenías en un banco gringo desaparece sin que sepas quién fue el malandro que te secó los bolsillos. Es un miedo, por cierto, que no se puede registrar en las encuestas, y que nada tiene que ver con nuestros titánicos índices de inseguridad barrial.




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El último rostro de ese miedo al no sé qué lo ha despertado un negro de raíces keynianas, un negro que tiene por segundo nombre Hussein y que acaba de ganar, nada más y nada menos, que la presidencia del Imperio con tantos votos como los que obtuvo J.F. Kennedy en una época, hay que aclararlo, bien pop y donde los negros salían menos en los periódicos que un consejo comunal en El Universal. Ese negro del que hablamos sintetizó su oferta electoral en una frase clara y precisa: yes, we can, para hablar de algo que el mundo ha empezado a digerir como la llegada de un Orbis Tertius. Obama es, pues, la última de las expresiones del miedo al no sé qué: en el último tramo de la campaña, incluso, fue acusado hasta de socialista. Válgame Dios, qué pensará el comandante.

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Esta época de terror muy al estilo del siglo XXI, muy de derrumbe de paradigmas, de caída de bolsas, de aparición de nuevos movimientos políticos y sociales, de nuevas voces y liderazgos, no es un miedo similar a los de antes. La barajita, en este caso, pocos la tenían. No es un miedo a los marcianos, mucho menos a las invasiones extraterrestres, aunque ya hay quienes dicen que desde el satélite Simón Bolívar nos están espiando (Directv dixit). Tampoco es una onda de uranio que circula por allí. No es la trama de una película truculenta de Night Shyamalan. Este terror no ha sido aún codificado por los cineastas de Hollywood, y eso, por supuesto, da más terror todavía, porque parece un miedo nuevo todos los días, a toda hora, con nuevos rostros y nuevas imágenes. El último es Obama, con sus aires de presidente de las minorías largamente despreciadas.





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Hay los que, por supuesto, sienten que hay una maniobra secreta en marcha, una complicidad negruna, india, musulmana, es decir, una alianza de la escoria planetaria que quiere ponerle las manos, definitivamente y para siempre, a nuestros apartamentos en la playa, a nuestras vaciones en Orlando, a nuestros viajecitos a Panamá, a nuestras naves con aire acondicionado.



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Los astros que mueven las mareas en estos tiempos andan en una de discurso salvaje, para parafrasear a Briceño Guerrero, y seguro que más de uno de los atildados de la Academia Nacional de la Historia ya debe estar analizando en plan de 2-D (pero para el 4-N) si el artículo 350 también es aplicable a la globalización tal y como se está desarrollando, con ese poco de sambos gobernando aquí y acullá.

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Hay gente que siente –dolaritos perdidos previamente en las bolsas y con el cupo de viajes fuera de límite- que una pava insalvable ha caído sobre las espaldas de los seres productivos, responsables y ejemplares que somos. Hay quienes piensan que la perspectiva del 2021 puede ser más larga, más extendida. Que la idea del cataclismo y de la descomposición nos acompañará hasta el fin de los tiempos, hasta la parcelita comprada en el Cementerio del Este. Qué miedo, hermano.

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Al que quiera sobreponerse a esa ley del terror, y somos muchos no lo olviden, hay que informarles que Borges nos espera en un hotelito de Adrogué para que le sigamos dando indicios del Orbis Tertius. Hay que documentarlo todo, antes de que el aymara sea la lengua universal y los negros de Kenya sean gente más importante y más chic que un yuppi de wall street en vías de extinción.

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Borges nos espera ciego, como siempre. Ciego y con una sonrisa esbozada en sus labios. Apenas alcanza a ver una pálida mancha amarilla, el crepúsculo de un mundo que se va. Que se fue. Lo mira sin nostalgias, para un ciego no cabe la nostalgia. Nos dice con su silencio elocuente y su apacible actitud que no podemos descansar en la tarea delirante de garabatear o taquigrafiar la tremenda revelación de las formas en la que el mundo se encuentra… Yes, we can



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Y todo esto porque un negro llegó a la Casa Blanca y lo celebran en Miraflores. Ay, compadre, lo que falta

 
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