2 de enero de 2009

Contracorriente/Revista Poder
Miedo y reacción


Una fría mañana de diciembre me tropecé con un artículo de El País que hablaba de las descomunales tareas que le esperan a Barak Obama a partir de enero, cuando le toque desactivar desde la Casa Blanca esa peligrosa bomba de tiempo llamada el Medio Oriente. Explicaba el articulista que después de la invasión a Irak, se ha venido produciendo en la región una especie de “somalización” de la sociedad. Esto significa -en jerga africana de la más baja ralea- que cada día más gente se coloca al margen del Estado, contra el orden y las instituciones existentes, muchas de éstas denominadas “democráticas” según el caprichoso canon de la globalización.

En el Medio Oriente, decía el artículo, todos los días hay gente que se suma a la rebeldía contra Occidente y sus fetiches, y en este contexto los escenarios de violencia urbana y cotidiana son muy difíciles de revertir. Si queremos un siglo en paz, concluía el analista, debemos aplicar una dosis “justa” de militarización y, eventualmente, de agresión bélica para neutralizar el virus de la sublevación que se esparce por toda la región. El artículo, bien argumentado, no era más que una variante si se quiere correcta, atildada, del enfoque guerrerista o policíaco que trata de impulsar Occidente en este agitado siglo.

Como ha venido ocurriendo desde 2002, con el remake de la Guerra Fría que impuso el clan de los Bush, los razonamientos que circulan por la gran prensa apuntan a neutralizar un deslave volcánico en ciernes, a evitar que ese magma peligroso de los “primitivos”, de los “salvajes”, de los “fundamentalistas” se expanda aquí y allá, y termine estremeciendo el día menos pensado las columnas de nuestras propias casas. El miedo es hoy por hoy la coartada perfecta para movilizar al planeta, para que la gente, desde la sensación de pánico, perciba que hay seres definitivamente violentos y peligrosos que nos tienen en la mira.

La gran prensa mundial habla de los conflictos recónditos del planeta como si fueran una lava hirviente que apunta directamente hacia nuestras vidas. Una oscura fuerza irracional está en movimiento, el Mal radical de las sociedades que se resisten a progresar desde la paz, la democracia y la tolerancia, ideales propios de los países más avanzados, y por supuesto de gente estudiada y de buena familia. Desde esta perspectiva, todo lo que acontece en la media luna terrorista del Medio Oriente debe ser neutralizado, sin que sepamos muy bien cuáles son sus reales demandas y sus verdaderas razones.

El filósofo francés Alain Badiou ha descrito recientemente esta elaboración ideológica en torno al miedo, que denomina miedo primitivo: la percepción de que “otros” más feos y peligrosos nos quieren quitar nuestros privilegios en sociedad. Esos otros, por supuesto, son una lista larga de escorias que la encabezan los llamados -en lenguaje local- “bichitos”, “becerritos”, “monos”, “huelepegas”, “malandros” y por supuesto “chavistas”. El miedo primitivo está hecho para reaccionar a cualquier movimiento del Otro, para evitar que ese Otro pueda llegar a visibilizarse en toda su dimensión.

El miedo, definitivamente, es la peor de las trampas montadas para entender el siglo que nos toca vivir y transformar (ese es el detalle, hay quienes todavía creen que hay que transformar lo menos posible). Hay un asombroso “realismo” en nuestros intelectuales y expertos, que estigmatiza el conflicto, el caos, las rebeliones, y que se sostiene en pensar que el mundo -que ya anda mal- pueda ir en realidad peor, así que no deberíamos atizar más los desencuentros, ni desafiar a los gigantes de siempre, que para eso son gigantes, más grandes y más fuertes. La ley de este razonamiento a partir del miedo es la del mínimo esfuerzo posible, de la mínima voluntad en juego.

Miedo que conduce a la impotencia, por supuesto, y a delegar los más bajos instintos en líderes, medios y voceros. Todo lo que suene a reacomodo, a sacudón, a caos, debe ser sistemáticamente criminalizado. Atrapados como estamos en una fórmula matemática de la sociedad perfecta, basada en la democracia representativa, los derechos humanos y el libre mercado, todo lo que suene a entropía, a movimientos sociales, a politización de la economía, a sublevación social, desemboca inevitablemente en lo primitivo y lo autoritario.

Para los que he en estos años venezolanos han tratado de hacer una distinción casi moral entre mercado y populismo, entre libertad y autoritarismo, distinción que ha permitido a la derecha nacional señalar que el caudillo del trópico limita la libertad de expresión, hay que recordarles que el parlamento inglés y ciertos círculos económicos muy influyentes de Europa y Estados Unidos han empezado a discutir el efecto de pánico que han ocasionado los medios de comunicación con la crisis bancaria. Proponen incluso regular el oficio periodístico, para evitar que algunas noticias terminen haciendo más volátil el movimiento de capitales en las bolsas mundiales. Al mercado, en este caso, le gustaría muchísimo que se dijera lo menos posible sobre el crack financiero. Al mercado, no lo olvidemos, le gusta que se hable de todo menos de sus defectos y de sus descomunales imperfecciones. Al mercado lo que menos le gusta es que se politicen sus “mecanismos invisibles”.

Así comienza el 2009. El miedo, que es una especie de fuerza omnisciente que aparece entrelíneas en los discursos dominantes y en el habla cotidiana, obliga a distintas reacciones, incluso deshonrosas como la de la censura previa propuesta por las fuerzas del mercado. Las reacciones al miedo son así: nunca traen una idea nueva, sino que actúan a partir de una soberbia tranquilizadora.

1 comentario:

Alexis Correia dijo...

Yo tengo tambien mucho miedo, aunque de otro calibre, y me explico:

* Me da medio que hayamos tenido en Venezuela los mayores ingresos petroleros de toda la historia en los ultimos años, y que no hayamos sido capaces de invertirlo en crear otras fuentes de riqueza (por ejemplo, en crear un Silicon Valley en Cojedes, o en pararle bolas al turismo de verdad).

* Me da miedo que el dinero se haya invertido en una presunta economia social, pero que no se hayan creado verdaderas fuentes de trabajo estables.

* Me da miedo que el Estado tenga una carga tan grande de empleados publicos y que ahora no pueda sostener ese peso.

* Yo estoy totalmente de acuerdo contigo en que hay que repartir de manera mas equitativa la riqueza, pero para ello primero hay que CREARLA. El petroleo y su facilismo sigue siendo su maldicion. Es muy facil ser socialista con el barril de petroleo a 100 dolares. Pero ahora que no tenemos ese ingreso, nos jodimos. No somos competitivos en nada, aparte del petroleo. Los consejos comunales, nucleos enogenos, etc, no serviran para producir riqueza. No son entes productivos ni competitivos.

Y perdoname el lenguaje neoliberal, pero es que no encuentro otra manera de producir riqueza. A menos que nos replanteemos nuestro estilo de vida y volvamos a vivir entre la naturaleza, sin agua caliente en el baño, sin computadoras y sin blogs.

Lo que tampoco seria tan malo.

 
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