17 de septiembre de 2008

Cartografiar el poder

El texto tiene tiempo circulando en la Revista Plátano Verde. Lo reproduzco porque el poder (su gestión, su administración, su acumulación, su distribución) se ha convertido en un asunto medular en Venezuela. No sólo por las implicaciones que tiene para el cambio político, sino sobre todo por una severa y maniquea moralización en torno a él, que no permite una discusión y un debate en perspectiva. A veces uno se consigue a unos cuantos ex jerarcas de la cultura estatal (que todos conocemos) estigmatizando a gente porque hoy se encuentra en el poder, y uno se pregunta en torno a la denuncia: ¿lloran y se quejan porque se han quedado en el vacío del sin poder? ¿Tienen el mono del poder? ¿Les dio la pálida? El mercado, por suerte para ellos, los coloca en un lugar privilegiado, tanto como lo tuvieron en otra época dentro del Estado: fundaciones privadas, editoriales extranjeras, medios de comunicación... Más valiente resulta admitir que mucha gente necesita, como la cocaína, el poder para vivir. Mientras tanto, redes alternativas, redes sociales y culturales construyen una senda distinta, un trayecto desde el contrapoder, que escapa en lo posible a las lógicas estatales y mercantiles. Nadie dijo que era fácil la vía... Ahí les va

I

Una cierta maldición china -y además milenaria- nos recuerda que el tiempo que vivimos no debe subestimarse, y que por más que nos parezca un tiempo aburrido, repetitivo o sencillamente terrible, este tiempo, el del presente, es mucho más interesante de lo que parece. Chinos aparte, los que habitamos este pedazo del trópico donde nada se congela y todo está siempre a punto de ebullición, solemos creer que el país, como decía Cabrujas, vive en un eterno campamento: estamos siempre al comienzo de algo, destruyendo lo poco que existe para que aparezca lo nuevo. De metabolismo aceleradísimo, como andar de pits por la autopista, este es un país de ilusiones a doble válvula, de rituales de inicio, de intensos nomadismos, de verbos rimbombantes y mágicos, de figuras sobrehumanas y mitos. País que se ha inventado una manera muy particular de vivir su presente, y sobretodo una manera de conjugarlo: si alguien inventó para el castellano el futuro imperfecto, ése, seguro, debe ser un tipo de por aquí, de Catia o de El Cementerio. Somos un país que hay que aprender a leerlo en clave de futuro imperfecto. Acabamos de acuñar, por ejemplo, esta última: después de la reforma constitucional, marcharemos hacia el socialismo. O su construcción contraria, porque también este es un país de encontrados: después de la reforma, marcharemos hacia el totalitarismo. Tiempos interesantes, definitivamente, porque un país que vive de saltos, de interrupciones, de nuevos comienzos, de atajos, de desbordamientos, de transiciones, de revoluciones y contrarevoluciones, merece muchas instantáneas. Es siempre una instantánea. Una de ellas puede hacerse desde El Poder y sus tantos rostros. Platanoverde quiso adentrarse en eso que los expertos describen como posiciones de dominio, las distintas sedes del poder, las relaciones de fuerza, las variadas técnicas y ficciones que se emplean para someter o influir. Desde el poder y sus distintas cimas y agujeros, quizá entendamos por qué el país es, sobretodo, sus fracturas y sus realidades tan disímiles. Primer consejo de esta travesía: no nos engañemos, si todo cambia, los poderes también; quienes ayer lo tuvieron, hoy ya no lo tienen; los que no lo tenían, ahora lo tienen. No nos engañemos, repito: también existe esa especie no biodegradable que siempre cambia para mantenerse en el poder.

II

Hago una aclaratoria teórica para hablar del poder y sus especies: decía Elías Canetti que para que haya poder tiene que haber dominados. Es decir, el poder es ante todo una relación: alguien manda y alguien obedece, alguien ordena y otros actúan. Durante mucho tiempo, el poder fue considerado en Occidente un cuerpo sólido, centralizado y vertical. Era el centro de la vida de una comunidad, y desde allí vigilaba y castigaba a los súbditos. El poder era una figura de carne y hueso -un rey, un líder, el presidente, un partido- era un lugar o espacio definido -un castillo o una fortaleza, el Estado y sus instituciones- y además gozaba de ciertas propiedades que le servían para intimidar a los dominados: un ejército y los medios de producción. El marxismo vivió de esa clásica arquitectura para hablar de la sociedad que nacía con la Era Industrial. El poder era la historia de una violencia: una fuerza material, ejercida por los propietarios de los medios económicos, construía un Estado para hacer valer sus intereses. Marx hablaba de infraestructura y superestructura para condensar los mecanismos de poder: la economía producía una sociedad de explotados y el Estado le daba una legalidad y legitimidad a esa relación asimétrica. Según la tradición marxista, si se lograba controlar la economía y tomar el Estado, el poder cambiaba de color y de manos. Si bien ese mapa básico puede tener algo de verdad, no es para nada suficiente –pero algo tiene, fíjense cómo cambió el planeta después de los ataques terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono, al poder de la nueva economía y al centro militar del mundo. Pero sin duda, los mecanismos del poder son más sutiles, más complejos y difusos que tomar La Polar y controlar el Ministerio del Interior y Justicia. El poder no sólo es represión y violencia, no es sólo propiedad y centralidad. El poder, más bien, es seducción, productividad, normalización, incitación, técnicas locales de control. El poder no sólo se escribe desde arriba, desde Miraflores, por ejemplo. El poder lo ejercen cotidianamente los azotes de barrio, el tombo, los jefes del buhonerismo, el tipo del moto taxis, el burócrata medio, la secretaria, las mujeres… El poder es una acción específica, es ejercicio de una fuerza sobre otra, es capacidad para afectar a los demás.


III

Pero no hay que engañarse. La lectura de Marx sobre el poder no está equivocada. Si bien es precaria y rígida (el poder es más dinámico, siempre en tránsito, va en una dirección y en otra), todavía sirve para explicar algunos casos tan particulares como el de la Venezuela petrolera del siglo XX. Marx llamaba economía política al ejercicio de describir las dos escenas fundamentales del poder: los medios de producción y el Estado como organización política. Quizá sea el historiador Fernando Coronil quien haya descrito mejor los complejos mecanismos del poder en Venezuela, a partir de la economía política que generó la explotación petrolera. Coronil entiende que ha sido una constante desde la dictadura gocecista amalgamar Riqueza, Estado y Personalismo: “Las bases de los gobiernos del siglo XX se asientan en el régimen de Gómez, con el que comparten la dependencia de la economía petrolera y la extraordinaria personalización del poder del Estado. Fue durante el régimen ‘tradicional’ de Gómez, no obstante, que se tornó posible imaginar Venezuela como una nación petrolera moderna, identificar al gobernante con el Estado y representar al Estado como agente de la modernización”. La cadena que describe Coronil es impecable: si hay fuertes ingresos petroleros, aumenta la capacidad de maniobra de quien está en la cima del Estado (el Presidente) y con ello surge la posibilidad de iniciar un nuevo proyecto de modernización liderado por el Estado (el de Chávez es un proyecto de tipo igualitarista). Así que si hay dinero, el personalismo se expande y el Estado gana capacidad para reinventar el país. En el pasado eso se llamó capitalismo rentístico, hoy parece que estamos cerca de un socialismo rentístico (siempre en futuro imperfecto). El problema es que ya hemos visto las limitaciones del verticalismo y de la relativa capacidad que tiene el Estado venezolano para transformar desde arriba al país: por más que es capaz de crear, mediante financiamiento, un nuevo tejido social, siempre queda la duda de si las comunidades ganan poder en esa relación, o se vuelven más dependientes y vulnerables del Estado y de la voz del Líder. Estado mágico, le llama Coronil al cóctel del poder rentístico. Estado mágico porque depende de retóricas, de carismas, de rituales y performances. De un líder. Afortunadamente el poder es más complejo, incluso en la Venezuela de los altos precios petroleros, que la que se dibuja desde Miraflores y desde Aló presidente. El poder se mueve, el poder está cambiando.


IV

El poder es, sobretodo, capacidad para decir. Como decía Foucault, sin duda el gran teórico del poder en el siglo XX, no sólo se trata de acumulación de riqueza: el poder es capacidad para producir realidades, para hacer visibles ciertas prácticas, para describir, designar y calificar a sujetos y objetos. El poder es técnica, estrategia, lenguaje, medios. Un ejemplo: cuenta el escritor sudafricano John Maxwell Coetzee que a principios de los años 90 los blancos empezaron a sentirse incómodos porque los negros los llamaban colonos en grafittis y en discursos de prensa y noticieros. Los blancos sudafricanos se sienten cualquier cosa menos colonos, porque nacieron en Sudáfrica y se creen más sudafricanos que los propios negros. Así que la palabra les parecía ofensiva, con una carga de odio excesiva, porque los trataba como habitantes transitorios en su propia patria. Coetzee, que en su obra literaria ha sabido describir con una lucidez inimitable cómo un poder eclipsa y aparece en el horizonte otro poder –esas transiciones son siempre amenazantes para quien pierde el poder- explica que la palabra colono no tiene ninguna connotación peyorativa, es una palabra blanca. Lo que ha sucedido es que la palabra ha sido objeto de apropiación por parte de los que siempre habían sido designados, despectivamente, como nativos. Dice Coetzee que la aparición en el discurso público de la palabra colono es un indicio de que el poder político de los blancos se venía reduciendo de manera agigantada desde los años 80, y que ese poder, sobretodo, estribaba en la capacidad para describir, calificar y designar a los otros. “Parte de su indignación (la de los blancos) se produjo al conocer una impotencia de la cual es señal el hecho de que a uno le pongan nombre. Parte de ella se debió también al descubrimiento por experiencia propia de que el hecho de poner nombre incluye el control de la distancia deíctica: puede colocar al denominado a una prudente distancia tan fácilmente como puede atraerlo cariñosamente más cerca”. Palabras que generan rechazo, por un lado, pero empatía por el otro; discursos que clasifican y subrayan distancias, por un lado, e identifican a aliados y seguidores, por el otro. El poder en la era posmoderna es habilidad para diseñar y construir discursos, territorios simbólicos, marcas, destreza para movilizar a partir de ficciones, emblemas y palabras. El poder es sobretodo habilidad para comunicar, por eso los medios son el centro del conflicto político en Venezuela, porque la disputa gira alrededor de las interpretaciones, de las versiones, de la capacidad para construir realidad. “Escuálidos” y “chavistas” son las palabras fundamentales –como colono y nativo en Sudáfrica- que sirven para describir el conflicto de poderes que hay en el país, y la manera como se están desplazando los actores y los lugares tradicionales del poder.


V

Hasta hace relativamente poco tiempo, dominó en las ciencias sociales y entre los analistas una visión del poder que tiene que ver con instituciones, con el Estado, con cuerpos administrativos definidos, con aparatos jurídicos, con todo lo que ahora puede llamarse Poder Instituido. Esa era la arquitectura que emergió de los grandes laboratorios ideológicos del siglo XIX, no sólo el marxista sino también la corriente liberal. El poder son aparatos, leyes, normas, instituciones que deben conjugarse y convivir en sano equilibrio dentro del mundo social. El razonamiento es que esas son formas legítimas de expresión del soberano. Sin embargo, el mundo posmoderno, el mundo de la globalización sin centro, con Estados cada vez más débiles, puso en crisis esa visión institucionalista. Lo posmoderno lo entendemos aquí como lo moderno entrando en sinergia con los elementos arcaicos, con los elementos primordiales de toda humanidad. ¿Cuáles son esos elementos primordiales? La pulsión tribal, la explosión de la empatía entre muchos, la necesidad de salirse de sí mismo momentáneamente para encontrarse con el Otro en marchas, en protestas, en causas comunes. En la calle. El cansancio que se produjo a partir de los años 80 con el modelo puntofijsita, la cierta saturación o esclerosis de algunas categorías del poder como el partido político, la privatización del Estado y la imagen de los poderes públicos, ha producido una verdadera explosión o desborde del Poder Instituyente, es decir, de las prácticas de la gente común a espaldas de las normas, de las leyes, de los dictámenes del Estado. Es la revelación de lo heterogéneo, del policulturalismo y de lo inesperado que hace política en el país hoy. País que depende más que nunca de su oralidad en la calle, desde donde se negocia la vida, el acceso a ciertos lugares y a determinados espacios de poder. Son dinámicas que ya resultan familiares y que están ligadas a la maña, al arreglo, a la astucia, al trato. Es el vasto poder de la sociedad informal, hoy representada emblemáticamente por el auge de los santos malandros y demás poderes paganos, el moto-taxi, la venta de películas y discos piratas, las ocupaciones de edificios, los gestores, los comités de tierras urbanos, en fin, todo lo que se organiza en la ciudad para asentar un poder o para resistirse a otros poderes.



VI

Una buena prueba de que el poder se conforma, en definitiva, desde abajo, desde prácticas instituyentes, es la manera como han venido creciendo, fortaleciéndose y visibilizándose las minorías étnicas, raciales y de género en la sociedad contemporánea. Quizá el poder más evidente sea el que han venido adquiriendo de manera meteórica las mujeres desde los años 60. La mujer es un complejo dispositivo de poder que se traduce en numerosas prácticas y discursos: quizá lo más potente de esto sea que muchas utopías y cosmovisiones new age hacen hincapié en la feminización del mundo y del poder. Se habla de la capacidad ejecutiva que tiene la mujer, de su convicción, de la intuición que tiene para actuar en el momento adecuado, de su capacidad para transigir y para evitar que el conflicto sea irremediable, de sus indudables dotes para fomentar la cohesión del grupo, para liderar empresas y movimientos políticos. La mujer es hoy uno de los pocos seres sociales que ha demostrado tener mayor capacidad para cruzar puentes: de la cocina a la cima de la corporación, de secretaria a candidato presidencial, de stripper a activista de los derechos civiles y líder comunitaria. De hecho, hay quienes sostienen que el famoso fenómeno de la metrosexualidad no deviene del auge de la cultura gay sino de la necesidad masculina de hacer una empatía más firme con la mujer, así sea a costa de depilarse y de tener un cuerpo de portada Todo en Domingo. La mujer ha ganado tanto protagonismo que no sólo ha hecho que los hombres veamos con más naturalidad sus diferentes formas de asumir el rol social (arriba o abajo, donde sea) sino que además es el centro de una nueva cultura, ya no ligada al deber ser sino al goce. Miren como los sex shops venden cada vez más productos para mujeres, vean cómo ellas son forma activa y apoyo de incursiones masculinas en bares nudistas, en los encuentros de swinger, son las que están más dispuestas a experimentar en cuestión de parejas. Quizá la mejor prueba de un poder es su capacidad no sólo para crear realidad, sino para fomentar las fantasías. Y eso te tienen ellas, sin duda. Son reales y son también un sueño perenne.

VII

El poder, como se ha visto, no es exclusivo de nadie y remite a diversas formas de relación. No hay un Poder único en mayúsculas, por más que la gente quiera identificarlo con Miraflores y sus alrededores. Hay muchos poderes que nacen desde el cuerpo y se proyectan, conjugándose, hacia la sociedad entera. Más bien deberíamos empezar por describir el poder como una oportunidad, como un lugar de resistencia, de insurgencia, de rebeldía. Como aquello que se desplaza en acción contra-hegemónica por todo el campo social. En pocos años, en ocho para ser precisos, hemos visto de todo en materia de poder y de aspiraciones al poder, al punto que nos hemos vuelto casi unos expertos: vimos nacer una constitución, un modelo político nuevo, ahora viene una reforma, hemos visto un golpe de Estado, un paro petrolero, un regreso triunfal, una purga en Pdvsa, numerosos movimientos sociales, debates y movilizaciones espontáneas, hemos visto marchas multitudinarias y también pequeñas resistencias cotidianas. Hemos visto la politización radical de los medios de comunicación, sean públicos o privados. En fin, todo eso remite al poder. Lo que no debemos olvidar es que el poder hay que ejercerlo, de nada vale conservarlo.

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