22 de septiembre de 2008

Falsificadores y comunistas




Pude ver el pasado fin de semana la estupenda película Los falsificadores, del director Stefan Ruzowitzky. Está basada en la increíble y polémica historia de un falsificador judío de origen ruso, Salomón Smolianoff, que fue reclutado por los nazis en las calles de Berlín durante los años 30, para reproducir títulos de libras esterlinas y dólares falsos en unos de los pabellones privilegiados del campo de exterminio de Sachsenhausen. La idea nazi era básicamente reclutar a un grupo de expertos falsificadores que pudieran crear moneda y con ello penetrar y debilitar el sistema financiero de los países aliados. La operación se le llamó Bernhard (no por el gran escritor austriaco Thomás Bernhard, por demás algo nazi en aquella época, sino por su creador Bernhard Krueger, miembro del alto mando de la SS).
La película es una versión de un libro homónimo que se convirtió rápidamente en un bestseller con connotaciones claramente periodísticas, escrito por Lawrence Malkin. La historia de Salomón Smolianoff es en realidad la historia de un grupo de judíos encerrados en los pabellones 18 y 19, supervivientes todos de otros campos de concentración gracias a que tenían virtudes muy específicas. A este grupo no le quedó otra alternativa que “trabajar” para los intereses nazis. Y ese es precisamente el tema de fondo de esta película galardonada con el Oscar como Mejor Película Extranjera: explorar en la vida de unos seres que no tienen “otra alternativa”. La siempre espinosa “elección forzada”, y las connotaciones éticas que tiene, está muy bien tratada aquí, y permite reflexionar sobre algunos tópicos absolutamente contemporáneos.

La Zona Gris
1.-Es bien conocida la herida que dejó entre los supervivientes judíos de los campos de concentración el hecho de que algunos de los reclusos se prestaran de manera rastrera a los mandamientos nazis, para salvar su vida o para demorar su muerte lo más posible, mandamientos que estaban dirigidos contra sus propios compañeros. Eso está bien documentado en la literatura de los supervivientes, especialmente en los libros de Primo Levi: esa Zona Gris compuesta por lo que se llamó Sonderkommandos, unidades judías que dirigían internamente los pabellones y aplicaban la violencia contra sus propios compañeros políticos, de raza y de religión. E incluso se encargaban de hacer el trabajo sucio: atizaban los hornos con los muertos, metían a los enfermos terminales en las cámaras de gas, le sacaban los dientes de oro a martillazos. Analistas y expertos afirman que la industria del extermino no hubiera sido posible sin que apareciera, en medio de la opresión y la crueldad máximas, esta especie de humanidad de la zona gris. Ellos hicieron posible que los nazis no hicieran directamente el trabajo. Esto se puede apreciar bien en una de las primeras escenas de la película, cuando transportan al protagonista (Sorovitch) al interior del campo de Mathausen, donde aparece un judío golpeando a cachiporrazo limpio a otro judío en medio de la nieve.





El Antihéroe
2.-Los falsificadores toca de manera directa el espinoso tema de la Zona Gris, hace visible una herida judía incurable: la de los millones de hombres que murieron como perros y los pocos que se salvaron por alguna virtud, por alguna viveza, por algún instinto gatopardo (como piezas de la máquina de exterminio nazi). De allí que la historia de este falsificador sea contada, cosa que es un acierto, a la manera de un antihéroe: nunca sabe uno si alegrarse por su manera de sobrevivir en los campos, o por la manera como se convirtió en una grotesca ironía para los que tuvieron la suerte de sobrevivir a la muerte y a las penurias. Ninguna consesión a Hollywood en este sentido, por más mujer con tango de fondo que entretenga al falsificador en un hermoso amanecer a la orilla del mar, en Montecarlo.





El malandro y su Ley
3.-Salomón Sorovitch (el personaje protagónico de la película) es un clásico falsificador. Esto es, un hombre acostumbrado a conocer demasiado bien la Ley para poderla transgredir y violar, para crear su propia Ley. Si Sorovitch fue eso antes de la maquinaria nazi de exterminio, la pregunta obvia es cómo se iba a comportar en el encierro y ante la escabrosa Ley que se erigió en los campos de concentración. Otro acierto de la película: lejos de pensar que un falsificador no tiene normas éticas, hay que pensarlas bajo la luz de la relación entre el delincuente y el oprimido. En esa doble relación aparece un hombre de un complejidad tal, que no puede reducirse a los estereotipos. Sorovitch puede odiar al comunista por su romanticismo, por sus principios que no conducen a la supervivencia, pero también odia, e incluso puede llegar a matar, a los típicos rastreros débiles y cobardes, a los traidores por naturaleza. Definitivamente, a Sorovitch hay que mirarlo con el lente -se me ocurre- de Brecht, un gran autor de la época: con esa fascinación por el delincuente y su potencial revolucionario.

El testimonio comunista
4.-Hay que tomar en cuenta que esta historia se hizo posible porque uno de los miembros del equipo que falsificaba títulos y billetes decidió escribir el testimonio. Su nombre real es Adolf Burger, paradójicamente el comunista que con sus férreros principios se convirtió en un muro de resistencia impenetrable ante las demandas de los nazis, de sus propios compañeros y del líder del grupo, el falsificador Sorovitch. Burger no sólo es, con sus ideales, el contrapeso de la ética práctica de la supervivencia que existe en los pabellones 18 y 19, sino además es por el que se conoce esta historia y adquiere sus verdaderas dimensiones épicas: la película termina explicando que gracias a las resistencias del grupo se pudo retrasar la falsificación del dólar. Esa resistencia la encarna en la película Burger, quien se niega a darle forma definitiva a la gelatina que se necesita para falsificar el dólar. Es Burger quien teme, de ser un activista antinazi, convertirse en productor del dinero que necesitan los alemanes para ganar la Guerra. Posición extrema y sumamente complicada. Es la mirada de Burger, sus lágrimas al final de la película, que muestran no el triunfo de este grupo que se las supo todas para sobrevivir en una verdadera cuerda floja, sino la tragedia que significó salir de los campos con el peso ético de no haber luchado, de no haberse resistido, de no haber muerto como los tantos otros, en las cámaras de gas. Sorprende ver esta reivindicación del prototipo comunista en esta película. Un punto de distinción para los que han confundido una y otra vez en estos tiempos el fascismo con el comunismo.



Una ética rota
5.- No hay historia sin esas paradojas crueles a las que nos enfrenta Los falsificadores: la dualidad entre los pragmáticos -los que si pueden vivir un día más lo harían- y los que con sus principios tratan de intervenir y resistirse a la situación. Lo mejor de esta película es que uno sale de la sala pensando vagamente si la extraña combinación entre el astuto falsificador y el comunista principista ofrece una solución ética y política al tema de la acción en estos tiempos. Porque la película nos plantea una combinación en dosis justas y adecuadas de estos dos prototipos, que enfrentándose, resistiéndose uno al otro, jamás se traicionaron y a la postre lograron el cometido. ¿No es una solución acomodaticia? esta historia no es complaciente de ningún modo. El dilema de la humanidad en el campo de concentración no tiene solución ni fórmula de complemento, de allí que uno llegue a sentir incomodidad, por no decir culpa, de haber participado desde la oscuridad en la operación Bernhard.
Los falsificadores es una película que resitúa de manera precisa los temas que dominaron la primera parte del siglo XX, y no deja casi nada en pie: la intolerancia, el judío, el delincuente, el comunista, el universo ambiguo y perverso de los nazis, el fracaso estalinista, la religión, la ética... Lo interesante y a contracorriente es que Los falsificadores postula que los únicos "triunfadores" de este oscuro capítulo de la historia, fueron un comunista y un falsificador... ¿Por qué? Porque a ambos les interesa profundamente la vida, lo humano, el sentido de grupo, se vuelven, cada uno a su estilo, pastores de ese colectivo.

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